Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA ARGENTINA



Comentario

Cómo el capitán Diego de Abreu despachó a España a Alonso Riquelme de Guzmán, y cómo se perdió, y la vuelta del general Domingo Martínez de Irala


Luego que Diego de Abreu fue electo, como queda referido, mandó disponer una carabela, que estaba en aquel puerto, para despacharla a Castilla con la elección de su nombramiento, y proveyéndola de lo necesario, con la posible diligencia dispuso sus negocios, para que fuese con ellos al Consejo el capitán Alonso Riquelme de Guzmán, en cuya compañía también iba Francisco de Vergara, y otras personas de satisfacción. Salieron de aquel punto el año de 1548 en conserva de un bergantín del cargo de Hernando de Rivera hasta la Isla de San Gabriel, y saliendo del río de las Palmas, atravesando el golfo de Buenos Aires para la Isla de las Flores, dejando a una mano la de San Gabriel para engolfarse, y despedidos los unos de los otros: tomaron el canal que va a Maldonado, en donde aquella noche les sobrevino una gran tormenta, que dio con la carabela en una encubierta laja, que está en la misma canal, que hoy llaman la laja del inglés por haberse allí perdido un navío de los de esta nación, de manera que la carabela quedó montada sobre la peña, abierta por los costados, por lo que entraba tanta agua que no se pudo agotar con diligencia alguna sin haber cesado la furiosa tormenta, hasta que viéndose sin otro remedio, determinaron desamparar el navío, y salir a tierra con peligro del río, y de ser ahogado, o después en tierra cogidos de los indios Charrúas de aquella tierra, gente cruel y bárbara. Para este fin cortaron el mástil mayor, y con tablas, maderas y el batel hicieron una balsa para atravesar y salir a tierra; y cesando un poco la tormenta, tuvieron lugar de poderlo hacer y tomar la costa, a que luego acudieron los indios que corren por ella, y haciendo un reparo entre el río y la barranca, se pudieron guarecer de la furia de ellos: y caminando aquella noche por la costa arriba en busca del bergantín, dieron en unas lagunas que les costó mucho trabajo atravesarlas a nado; y aquella misma noche sobrevino de la parte del sur otra mayor tormenta, que desencalló la carabela de donde estaba, y la arrojó a la costa hecha pedazos, con la que esa misma noche vinieron a topar con grande espanto y admiración de todos; y cerca del día prendieron dos indios pescadores, y se informaron de ellos de como dos leguas más adelante estaba recogido el bergantín en una caleta, y por darle alcance salió luego Francisco de Vergara con un compañero para dar aviso de lo sucedido, y así lo permitió Dios, para que aquellos hombres tuviesen como volver a la Asunción, según lo hicieron, y llegaron al tiempo que el general Domingo de Irala había llegado de su expedición, de donde, como dije, venía ya otra vez reconocido por superior de los suyos con perdón de los culpados en la pasada rebelión. Estando a distancia de cuatro leguas de la ciudad, salieron todos a recibirle, dándole la obediencia, como a General y justicia mayor, sin que pudiese estorbarlo el capitán Abreu, quien luego determinó salirse del pueblo con sus amigos. Y entrándose por los pueblos de los indios de Ibitiruzú, y sierras del Acaay, se fortificó. Poco después llegó a la Asunción el capitán Nuño de Chaves, Miguel de Rutia y Rui García, que venían del Perú de la embajada que Domingo de Irala hizo al Presidente Gasca, que llegaron muy aderezados de vestidos, armas y demás pertrechos de sus personas con socorros y ayuda de costa, que para ello se les mandó dar: venían de aquel reino en su compañía el capitán Pedro de Segura, hidalgo honrado de la Provincia de Guipúzcoa, que había sido soldado imperial en Italia, y antiguo en las Indias, Juan de Oñate, Francisco Conten, don Pedro Soloto y Alonso Martín de Trujillo, y otros muchos, que por todos eran más de cuarenta: traían algunas cabras y ovejas. Tuvieron éstos en el camino muchos encuentros y escaramuzas, rompieron por varias poblaciones, y llegaron a un pueblo o paraje una noche en que fueron cercados de más de 30.000 indios, que estando para acometer el Real y asaltarle, no osaron hacerlo, porque entendieron ser sentidos, porque oyeron toda aquella noche de balidos de los cabrones con las cabras, que juzgaron ser los españoles puestos en armas, por cuya causa se retiraron. Recibida toda esta comitiva, por Domingo Martínez de Irala, se satisfizo de que no estuvo en su mano el haberles dejado de aguardar, como se los había ofrecido conforme queda expresado. Pasados algunos días, ciertas personas mal intencionadas, se conjuraron para dar de puñaladas a Domingo de Irala, siendo autores de esta conjuración el capitán Camargo, y Miguel de Rutia; el sargento Juan Delgado, y otros de los de la expedición de Nuño de Chaves; y habiéndose descubierto, fueron presos, y se dio garrote a Rutia y al capitán Camargo usando de clemencia con los demás culpados, a quienes se les concedió perdón. Con todo no cesaban los disturbios de la República, que los fomentaban algunos apasionados, en especial el capitán Nuño de Chaves, que hacía mucha instancia en pedir la muerte de don Francisco de Mendoza, por haberse casado en este tiempo con doña Elvira Manriques su hija, y siguiéndose la causa contra los agresores, salieron en busca de ellos como perturbadores de la paz y tumultuarios de la República. Fueron presos Juan Bravo, y Renjifo, a los cuales luego ahorcaron, y otros que después fueron habidos, se pusieron en estrecha prisión, en especial Ruy Díaz Melgarejo, el cual tuvo fortuna de que le hubiese dado soltura un negro esclavo del mismo Chaves. Visto por algunos caballeros que andaban en estos desasosiegos, que peligraban sus vidas, y lo poco que conseguían en andarse retirados de la obediencia de quien los gobernaba en nombre de S.M., acordaron de reducirse a su servicio y a la paz general, que la República deseaba. Y habiéndose tratado por medio de religiosos y sacerdotes, hallaron en el general muy dispuesta la voluntad, y viniendo al fin de este negocio, para más confirmación de ella, se concertó que Francisco Ortiz de Vergara, y Alonso Riquelme de Guzmán casasen con dos hijas suyas, y lo mismo hicieron con otras el capitán Pedro de Segura, y Gonzalo de Mendoza, con cuyos vínculos vinieron a tener aquellos tumultos el fin y concordia que convenía, con verdadera paz y tranquilidad, en que fue S.M. bien servido con gran aplauso del celo, y cristiandad de Domingo de Irala. Sólo el capitán Diego de Abreu quedó fuera de esta confederación con algunos amigos suyos, queriendo mantener su opinión porque decía que no le convenía otra cosa, ni era muy seguro por tener contra sí a Nuño de Chaves, yerno de don Francisco de Mendoza, a quien hizo degollar como queda referido.